Las fake news nos rodean. La infinita capacidad de difusión de internet ha provocado en más de una ocasión que historias falsas con máscara de verídicas alcancen los rincones más insospechados. Como una bola de nieve, las redes sociales hacen llegar a todas partes supuestas informaciones que en ocasiones resultan engaños: desde las peticiones de auxilio por hipotéticas enfermedades que derivan en timos hasta mensajes malintencionados que buscan desprestigiar a rivales políticos. El término acuñado para conocer esta práctica, fake news, ha saltado a la agenda pública de la mano de Donald Trump y su relación con la prensa, pero las grandes compañías de internet hace tiempo que empezaron a elaborar su estrategia de contención.
Las campañas políticas han transformado a las redes sociales en un territorio comanche más que en un lugar del que obtener información. Todo vale: los rumores adquieren categoría de información; afirmaciones sin contrastar se convierten en verdades absolutas y las versiones que más convienen a uno y otro bando son masivamente difundidas por los acólitos de cada una de las partes. Cada vez más, los usuarios eligen las redes para informarse, y no necesariamente a partir de perfiles de medios de comunicación convencionales.
Twitter o Facebook se han convertido en plataformas en las que los nuevos líderes de opinión, los influencers, ofrecen su versión sobre los hechos de actualidad. La desconfianza de los españoles en los medios tradicionales es cada vez más notoria: un estudio realizado por Edelman indica que menos de la mitad de la ciudadanía (un 44%) sigue fiándose de lo que los medios cuentan.
La tendencia a la digitalización, el acceso a grandes cantidades de información y la diversificación editorial gracias a los nuevos medios de comunicación provocan que se dé otra circunstancia, según el estudio. Los medios nativos digitales son vistos con mejores ojos (cinco puntos porcentuales más) que los clásicos. Además, el análisis realizado indica que más de la mitad de los usuarios, un 53%, opta por ignorar aquellas informaciones que no le dicen lo que quiere oír.
Esta desconfianza unida a la capacidad de cualquier persona, independientemente de su ideología e intenciones, de aglutinar a miles de seguidores que siempre van a ‘comprar’ su visión de la actualidad, ha provocado el caldo de cultivo perfecto para que incluso medios de comunicación teóricamente respetados incurran en las fake news como método para no perder atención.
De hecho, ese escepticismo respecto a los medios puede tener una justificación. La Universidad de Oxford, en un estudio realizado conjuntamente con el laboratorio de la agencia Reuters en 2015, concluyó tras analizar a más de 2.000 ciudadanos de 12 países diferentes que los medios de comunicación españoles están entre los menos fiables de Europa.
Alianza global para erradicar las fake news
Las fake news, forma milennial de llamar a las mentiras y bulos que circulan por la red, pueden estar llegando a su fin. O, al menos, en el formato de masiva difusión y eco con el que se han dado a conocer. Los grandes gigantes de internet están trabajando para que sus algoritmos penalicen las publicaciones falsas y dejen de mostrarlas al mismo tiempo que den más impresiones a las que según sus criterios contengan periodismo de calidad.
Los medios de comunicación convencionales se encuentran en una situación delicada. Por un lado, pierden usuarios en favor de las redes sociales y los blogs o canales de Youtube de usuarios indivuduales con gran poder de atracción. Por otro, necesitan generar contenidos atractivos para conseguir clics (con sus consiguientes ingresos) y no perder todavía más capacidad económica. Esa presión lleva a muchos periodistas a intentar ser los primeros en dar una noticia sin tiempo para contrastar su veracidad: fake news. Las redes sociales destapan muchas informaciones erróneas aparecidas en medios, cuya necesidad de obtener clics es inversamente proporcional a su credibilidad.
Pero, más allá del problema periodístico, las fake news tienen una muralla difícil de escalar. Los medios que han colaborado a su crecimiento no quieren incurrir en los mismos errores que los mass media tradicionales: ser la vía de difusión de informaciones falsas haría perder fiabilidad e imagen de marca a las redes sociales, que no quieren convertirse en cómplices de la viralización de bulos.
Para ello, ya están manos a la obra con medidas concretas. Facebook tomará una doble solución: además de reprogramar sus algoritmos para que penalicen las fake news y éstas no tengan alcance, señalizará con una marca aquellas publicaciones cuya veracidad esté en entredicho para que los usuarios estén sobre aviso cuando las vean. Además, esas publicaciones no podrán promocionarse mediante anuncios de pago. Los usuarios sí podrán optar individualmente por compartirlas en sus muros, pero quien haya creado el contenido no podrá difundirlo
Otra de las grandes compañías de internet, Google, también está por la causa. Evitará que enlaces que contengan bulos indexen en sus páginas de búsqueda, de forma que se dificulte el acceso a los links que dirijan a informaciones erróneas y malintencionadas.
Pero no solamente la iniciativa privada de la mano de grandes compañías quiere terminar con las fake news. Las administraciones públicas comienzan a movilizarse, como por ejemplo el gobierno de una de las principales potencias mundiales: Alemania. El ejecutivo germano plantea multar con hasta 50 millones de euros a las redes sociales que no eliminen de sus servidores informaciones falsas que puedan alterar equivocadamente la opinión pública, contenidos de odio o calumnias.
Usuarios que han logrado miles de seguidores a base de difundir mentiras con intereses detrás serán penalizados, y todo aquello que publiquen y carezca de rigor tendrá un alcance residual. Es la venganza de las redes sociales contra quienes las usan de forma espuria.